jueves, 28 de mayo de 2015

Representación del "Día del Libro"

                   TERROR EN EL CAMPAMENTO         Autor:  Sebastían Pedrozo

La gracia era que Juanjo fuera a buscar leña solo y sin linterna.
Juanjo salió resignado y aburrido: a él nunca le gustaron los campamentos. Había tratado de evitarlo, pero como estaba en sexto, sus padres le habían insistido para que no dejará de disfrutar el último paseo escolar.
Ahora, sus compañeros lo estaban sometiendo a la famosa prueba de la leña, debía salir a la inmensa oscuridad del campo, en medio de la nada a encontrar ese atado de leña que el líder había dejado en algún lugar.
Tenía una hora exacta para ir por los troncos y prender la chimenea; de lo contrario pasaría todo lo que resta del campamento como ayudante principal del líder.
Antes de salir, fue hasta su mochila e intentó agarrar su linterna.
- ¡Ah, no! ¡Sin linterna! – protestó el líder. (Mateo)
- ¿Cómo sin linterna? - Juanjo. (Rodrigo)
- Hay que seguir el camino indicado, la leña está en lo más alto del recorrido – explicó el líder. Él agregó, - vas a necesitar que te dibuje un símbolo. (Mateo)
- ¿El símbolo? – dijo Juanjo. (Rodrigo)
- Sí, es una marca, los indios se los hacían para que no fueran sorprendidos por el miedo. – Si no estás prevenido, podes ser preso del “terror nocturno”. (Mateo)
- ¿”Terror nocturno”? -  preguntó Juanjo, - Terror nocturno son para mí los gases del gordo Marcelo. (Rodrigo)
El chiste no causó nada de gracia entre sus compañeros, ellos permanecieron serios.
- Bueno, necesito que me dejes hacerte la marca contra el terror nocturno – dijo el líder. (Mateo)
- Sí, claro, no vaya a ser que me salga un fantasma y me venga diarrea espontánea.
No hay que aclarar que nadie se rió del chiste.
El líder le hizo la marca, se extendía a lo largo del brazo. 
Salió en búsqueda de la leña.

Caminó y caminó, hasta que de repente vio un tronco en medio del camino, “¿y eso?” se preguntó (Rodrigo). Comprobó que se trataba de un árbol que colgaba hacia un barranco. Cuando se adelantó para observar, tropezó por una piedra y su cuerpo cayó por el barranco.

Por un reflejó gritó. Luego rodó con piruetas durante varios metros, sintiendo golpes muy duros en las costillas y las piernas, hasta que al fin, llegó a tierra firme.
Intentó ponerse de pie pero no pudo. Permaneció sentado intentando recuperar el aliento. No podía ver donde se encontraba, tan solo sentía bajo sus pies una esponjosa manta de pasto.
Miró hacia arriba pero no logró identificar cuál había sido la trayectoria de su caída, de lo que sí estaba seguro era de que podía haberse matado.
Entonces escuchó un ruido. De alguna parte llegaba el sonido de un tambor:
bum, bam, bum, bam, bum.
Despacito logró ponerse de pie. Podía adivinar de dónde venía. Dio unos pasos y se topó con un arbusto puntiagudo. Como pudo apartó las ramas y avanzó. Estiró su pierna hacia delante y vio que había una brusca pendiente, y otra más, y otra.
-¡Es una escalera! Exclamó Juanjo. (Rodrigo)
-¿Una escalera en el medio de la sierra? (Rodrigo)
Sin detenerse a sacar demasiadas conclusiones , siguió descendiendo.
A medida que iba bajando, podía notar que el golpeteo del tambor iba siendo más fuerte. Como si con cada escalón que él bajaba alguien subiera el volumen.
Llega una explanada que se abría hacia todos lados, muy amplia. Ve que, al final de camino, más allá de unos desniveles en el terreno, pequeñas partículas de luz bailaban detrás de unos árboles.
Juanjo se planteó la disyuntiva: -“¿Debería seguir adelante y comprobar de qué se trataba?”. “¿Era mejor regresar al otro día, acompañado por toda la clase?”.(Rodrigo)
A pesar de todas esas dudas, decidió acercarse para ver mejor.
-“Eso es lo que haría un científico”-se convenció-. “¡Investigar!”. (Rodrigo)
Cuando llevaba varios metros recorridos, comprobó que la explanada era sorprendentemente grande. Llegó al otro extremo y se topó con una baranda de piedras; más allá de esta había otra pendiente, y detrás de los árboles pudo reconocer, por fin, de dónde provenían las luces.
Eran antorchas. Estaban colocadas en unos postes alrededor de una choza.
Bien. Hasta ahí no había nada de extraño. Pensó que se trataba de una familia que vivía en el lugar y no tenía energía eléctrica.
“-Deben ser de estos naturistas que viven alejados de la civilización”, razonó. (Rodrigo)
Se ubicó detrás del grueso tronco de un árbol. Desde allí podía ver con claridad todo el frente de la choza sin que nadie lo supiera.
Alguien salió por la puerta: una persona bastante alta que cargaba algo parecido a un tambor y vestía unas mínimas ropas de cuero, un taparrabo. Tenía el rostro pintado con unas líneas negras que le atravesaban los pómulos, le llegaban al cuello.
“-Serán tatuajes?”, pensó Juanjo. (Rodrigo)
El hombre comenzó a tocar el pequeño instrumento.
“-Ahora entiendo, de ahí viene el sonido del tambor”, pensó.(Rodrigo)
El del tambor se sentó con las piernas cruzadas y dejó de tocar. Se quedó allí hasta que otro sujeto salió de la choza y se colocó a su lado.
En apenas unos segundos había seis personas rodeando la pila de madera.
“-¡Seis, con los rostros pintados y atuendos de indios!”, dijo sorprendido. (Rodrigo)

En ese momento apareció una mujer diminuta, de pelo blanco, que lucía una gran corona, hecha con plumas y hojas, alrededor de la cabeza. Parecía que era ella quien mandaba.
Todos levantaron la mirada cuando la mujer agarró una antorcha y encendió las maderas, que ardieron con facilidad.
Nadie hablaba. Juanjo sintió que, si daba unos pasos, las hojas crujían bajo sus pies, produciendo un ruido tan grande que sería descubierto.
Si quería pasar desapercibido, debía permanecer en el más absoluto silencio y sin moverse, pasara lo que pasara. Ahora ya estaba allí, era demasiado tarde para escapar.
La mujer hizo un movimiento con la antorcha. Los seis indios se pararon de inmediato e ingresaron a la choza en fila. Al salir traían de inmediato a otro sujeto, sosteniéndolo de ambos brazos. Era muy joven, mejor dicho, era un niño.
-“¿Pero qué es esto?” Juanjo, (Rodrigo) se dio cuenta que lo que estaba pasando podía ser muy peligroso.
Al parecer, el muchacho no quería salir, por lo que los indios debían sujetarlo con fuerza para mantenerlo en su lugar.
La mujer de pelo blanco hizo otra señal y los indios colocaron al muchacho de espaldas contra un poste muy alto que estaba frente al fuego. Lo ataron con mucho silencio.
-“Esto se pone feo”, evaluó Juanjo. (Rodrigo)
Pero no fue hasta el momento en que vio retirar a la mujer un gran cuchillo del morral que colgaba se de su hombro cuando reconoció que no había sido una buena idea quedarse y ver aquella escena.
Juanjo al ver que la mujer colocaba la punta de su arma blanca sobre el cuello del joven, pensó en intervenir, en gritar, en hacer algo...
-“Estos no son muy naturistas que digamos...”, concluyó espantado. (Rodrigo)
Entonces, luego que unos de los hombres comenzó a tocar el tambor, los otros y la mujer comenzaron a cantar en un idioma irreconocible para Juanjo.
-“Ya está, lo van a matar. Le van a cortar el cuello frente a mis propios ojos”, se alarmó Juanjo. (Rodrigo)
Sin embargo la mujer retiró el cuchillo y apuntó hacia el cielo con la hoja. El joven atado se sacudía, pero no gritaba.
La mujer se detuvo frente a las llamas y retiró un palo. Este se hallaba encendido.
Sobre la frente y ojos de Juanjo, caía el sudor.
La mujer comenzó a danzar otra vez con el poste en llamas.
De repente se detuvo y enterró el palo en el suelo arenoso. Lo mantuvo así durante unos segundos y luego de retirarlo lo quedó mirando.
Como si manejara un gran lápiz, la mujer dibujó unas líneas gruesas y negras sobre uno de los brazos del joven.

Juanjo vio los trazos en el brazo del prisionero y supuso que le estaban haciendo el mismo símbolo que le había hecho el líder antes de salir.
- “¡Es igual al de mi brazo!” exclamó Juanjo. (Rodrigo)
Pero nunca hubiera sospechado lo que pasaría segundos después...

La mujer termino el dibujo en el brazo del muchacho, los hombres con taparrabos de cuero miraban hacia el poste. El tambor dejó de sonar, entonces empezó todo.
La mujer dejó de danzar y se quedó quieta, sin mirar al muchacho. El ritual había culminado.
El joven comenzó a retorcerse en el poste, apretaba los dientes y cerraba lo ojos.
Cerraba tan fuerte los ojos como si alguien quisiera salir del interior de aquel frágil cuerpo.

Juanjo se empezó a sentir mal , le faltaba el oxígeno. Sin embargo, la curiosidad de Juanjo  pudo más y se acomodó detrás de árbol para no caerse y seguir mirando el terrible espectáculo.
De repente el joven atado sacudió su cabeza tan fuerte que algo salió despedido de su cuerpo.
-“¿ Qué será eso?” se dijo a sí mismo (Rodrigo). No podía controlar su miedo pero la curiosidad le ganaba.
Lo que había salido de su cuerpo, tenía el tamaño de un dedo humano, era negro y demás se movía mucho.
¡Era un gusano! La conductora del ritual tomó en sus manos al asqueroso y movedizo animal frente a los ojos de los seis hombres que tenían sus rostros como hipnotizados.
-“No puedo creer lo que estoy viendo, ¿cómo salió eso de su cuerpo?” exclamó Juanjo (Rodrigo) mientras su corazón latía cada vez más fuerte.
Pero algo más espantoso, estaba por suceder.
El prisionero dejó de moverse y permaneció inmóvil en el poste con sus ojos abiertos y la vista perdida.
De su cabello, de sus oídos y hasta de sus boca comenzaron a salir gusanos. Recorrían su cuerpo y luego caían al suelo. ¿ Se morían? ¿ Siempre habían estado dentro del joven?

La mujer de pelo blanco, habló:
-”¡Salgan, salgan, criaturas del miedo: dejen en paz al niño! No quedará ni una de ustedes en su alma.. adiós, terror nocturno!” (Luana)
Juanjo no podía creer lo que había escuchado. Era cierto, el líder del campamento no le había mentido. ¡El terror nocturno realmente existía!

De pronto, sintió que algo le caminaba por la cabeza, pensó que un insecto había caído del árbol donde se escondía. Trató de no gritar y controlar su temor.
Estaba seguro de que se había dejado influir por el entorno siniestro que lo rodeaba.
Con mucho cuidado se llevó la mano a la cabeza y tocó aquello que se deslizaba por su oreja. Lo retiró con cuidado y lo colocó frente a sus ojos. Apoderado por el terror su cuerpo no paraba de moverse.

Escuchó el golpe del tambor directamente en su pecho.
- “ ¿Qué me está pasando?, ¿ Por qué me siento así?” (Rodrigo)
La música era cada vez más y más intensa pero Juanjo no lograba moverse. Debía escaparse cuanto antes pero optó por permanecer quieto junto al tronco que lo ocultaba.
Unos violentos temblores se apoderaron de él, cayó de espaldas, rendido y sin reacción posible.

En un estado de somnolencia total, como si su cuerpo se hubiera despegado del suelo, sintió que miles de gusanos repugnantes se apoderaban de su cuerpo.
Quería gritar pero no podía, se mantuvo quieto aguantando lo mejor que pudo.
En un esfuerzo sobrehumano se logró sentar y se retiró como pudo todos los gusanos que recorrían su cuerpo.

Luego volvió la vista hacia el poste. La mujer desataba al joven que estaba exhausto.
Juanjo se resistía a gritar, si lo encontraban aquellos sujetos, quien sabe lo que podían hacer con él.
-“ Tengo que volver ya mismo” pensó muy preocupado por lo que podía pasarle. (Rodrigo)
Cuando iba a ponerse de pie se dio cuenta que algo había cambiado en su brazo. Ya no tenía la inscripción que le habían hecho en el molino. La tinta estaba corrida, el sudor por la agitación lo había borrado.

Entonces empezó a atar cabos. Supuestamente aquel símbolo lo iba a cuidar del famoso “terror nocturno”, ¿ El ritual de expulsión lo había afectado también a él? ¿ La mujer,sin saberlo, había exorcizado el terror de Juanjo al mismo tiempo que al joven atado? “
Juanjo no paraba de pensar, su cerebro maquinaba mil pensamientos a la vez. Todo lo que creía hasta ese momento, se había esfumado.
-“¿ Dónde quedó la ciencia que todo lo explicaba?” (Rodrigo) pensaba sin encontrar explicaciones.

Debía pensar cómo salir de inmediato. Cuando se dispone a hacerlo, se golpea fuertemente con una gruesa rama del árbol. No pudo aguantar el grito de dolor. El tambor se detuvo. Intentando soportar el dolor, sintió a los hombres y la mujer muy cerca de él que lo miraban asombrados.
Cuando cruzaron miradas, Juanjo se dio cuenta de lo poderosa que era esa mujer, por la forma de mirarlo.

Juanjo se tambaleaba, no podía correr, parecía estar atado al suelo. No conseguía retirar la mirada de aquellos hombres y la mujer, como si algo le impidiera desatar el lazo que los ataba.
Intentó decir algo, pero no le salían las palabras. Perdió el conocimiento.

Cuando abrió los ojos estaba recostado al lado de la choza y todos lo rodeaban. Juanjo se sentó y la hechicera quedó justo frente a él.
-Has estado observando nuestro ritual. Eso está muy mal. (Luana)
-Yo, perdón..- Juanjo tartamudeó. (Rodrigo)
-Ahora es tarde. Nos estabas espiando, querías robar nuestro secreto. (Luana)   
-No fue mi intención espiar nada. Llegué por casualidad, no quiero faltar el respeto a sus tradiciones. (Rodrigo)   
-Ya no podemos detenernos. Esta es nuestra casa- la mujer señalaba que la sierra era su hogar- y tú has llegado sin que te invitemos. (Luana)    
-¿ Qué son esos gusanos asquerosos? preguntó Juanjo. (Rodrigo)
-Son     todo el miedo acumulado en tu interior. Ahora no tienes que preocuparte, han salido de tu alma para siempre. Nosotros hacemos este ritual para que nuestro cazadores nocturnos salgan de noche sin temer a la oscuridad. (Luana)
-¿ Y por qué me afectó a mi? (Rodrigo)   
-Seguramente tenías en tu cuerpo alguna señal de nuestra tribu. Me pregunto cómo paso eso. ¿Quién te hizo la marca? (Luana)   
-¿Eh? Bueno... (Rodrigo)

Juanjo no estaba muy seguro si debía contar acerca de quién se lo había dibujado en el brazo. Por suerte se le borró con la transpiración. Pensaba que el símbolo funcionaba de otra forma, pero ahora descubrió la verdad.
-No importa -dijo ella- (Luana). Ahora estás preparado para ser un cazador de la noche. Todos los miedos que tienen los hombres a la oscuridad ya no deberán preocuparte. En tu cuerpo no hay nada que te detenga. El miedo ya no es cosa tuya. (Luana)
-¿Debería agradecerle por eso? -murmuró Juanjo. (Rodrigo)
-¡No!... Nada de agradecimientos. Porque ahora todo ha cambiado para ti. Ahora estamos unidos- la mujer se acercaba a Juanjo abriendo la boca exageradamente al hablar-, somos de la misma tribu. -Nos perteneces, para siempre. (Luana)
Juanjo trató de entender sus palabras. No quería tomarse muy en serio lo que decía porque eso significaba que debía temer lo peor.
-Yo no soy uno de ustedes- aclaró en tono serio pero respetuoso-. Usted está loca, todos están locos. No soy de su tribu ni nunca lo seré.(Rodrigo)
-Ahora sí. ¿Ves a este muchacho? (Luana) -Ella señaló al joven que antes había estado atado y se encontraba recostado contra la pared de adobe-.  Él era un niño torpe y miedoso. Ahora ya no lo es, se ha transformado en un guerrero de la oscuridad; cazará sin miedo, perseguirá cualquier presa sin temerle  a nada. Es muy poderoso, casi invisible. Y tú también. No has robado algo.
-Pero yo... tengo que irme. (Rodrigo)
-No, ahora pagarás las consecuencias.(Luana)
Juanjo no estaba seguro de a qué hacía referencia la hechicera. Pero sus palabras eran tan profundas y enfáticas que resonaban en su cabeza.
-Me quiero ir, déjenme ir.(Rodrigo)
-No, tienes un secreto que nos pertenece, la única forma de que te dejemos vivir es que vivas con y para nosotros. Ahora somos uno.(Luana)
-Yo escuché sin querer, no quería esconderme. Tenía miedo.(Rodrigo)
-Lo sé. Pero ahora ya no.(Luana)
Juanjo no quería llorar, pero faltaba poco para que se le escaparan las lágrimas.
De pronto se escuchó un grito que bajaba de la sierra:
-Juanjoooo...(Mateo)
¡Era la voz del líder! Lo estaba llamando.
Había pasado más de una hora y él no había aparecido con la leña. Ahora lo estaba buscando.
Los hombres se pusieron de pie, se movían inquietos esperando las órdenes de su jefa.
¿Quiénes eran en realidad estas personas? ¿De dónde habían salido? Juanjo los observó detenidamente. No parecían indios, solo su ropa era algo rústica. Pensó que quizás fueran descendientes de los aborígenes de aquella tribu desconocida. Pero no estaba seguro, aunque a esa altura todo podía ser.

En cierto momento, se pudo ver el brillo de una linterna muy poderosa entre los arbustos de la pendiente por la cual había caído Juanjo.
La mujer se alteró
-¡Las antorchas! Apáguenlas, ¡ahora! Y llévense al entrometido adentro (Luana)- ordenó, señalando a Juanjo.
Él vio la oportunidad de escapar. Tomó un puñado de tierra con la mano y con la otra se afirmó en el suelo para ponerse de pie con la mayor velocidad posible. Cuando se acercó uno de los hombres con la intención de llevárselo, le lanzó el polvo a los ojos. El hombre gritó y se llevó las manos al rostro.
Otro hombre llegó por detrás y lo sostuvo por los brazos. Entonces Juanjo le lanzó un codazo de una violencia de la cual no se creía capaz y salió corriendo en dirección al lugar por donde había bajado.
El hombre golpeado se apoyó sobre sus rodillas; se hallaba sin aire. Los demás no reaccionaron a tiempo.
-¡Se escapa! - (Luana) gritó la mujer, que en ese momento apagaba la fogata con la tierra.
Juanjo tenía una oportunidad.
Quizás lo siguieran por unos metros, pero, por lo visto, los de la tribu no se querían exponer a ser descubiertos. Entonces siguió corriendo como nunca lo había hecho en su vida.
Con la ayuda de ambas manos, subió la pendiente. Escuchó que nuevamente lo llamaban. Luego vio el destello de la linterna circular entre los arbustos e iluminar unas temblorosas ramas fugazmente. No quiso gritar para no delatar su posición; se dedicó a seguir el rastro luminoso. Si lograba subir otro tramo estaría a salvo.
Vio que sobre su cabeza se hallaba el árbol que lo había desviado. Iba por buen camino. Muy cerca se veía la luz de la linterna. Allí se sintió capaz de lanzar un grito.
-Acá, estoy por acá... (Rodrigo)
El líder y varios compañeros lo recibieron con gran alivio.
-Juanjo, que bueno que estás bien. Estábamos preocupados porque no volvías -dijo uno de sus compañeros.(Compañeros)
-Sí, sentimos haberte puesto a prueba -agregó otro.(Compañero)
Entonces Juanjo decidió no contar nada de lo sucedido. ¿Por qué? Quién lo sabe. Quizá trataba de alejarse de lo que había vivido. Pero, ¿eso era posible? No hablar de una cosa no nos hace inmunes a su recuerdo.
En cambio les narró, les mintió, en realidad. -Lo que pasó es que me perdí cuando caí por un barranco -dijo Juanjo (Rodrigo). Y no dijo más. Un par de alumnos, preocupados al ver algunas heridas en las piernas y los brazos del compañero, le acercaron alcohol y gasas. Todos se alegraron de que aquel incidente hubiera terminado bien, y siguieron con el campamento como si nada.
Sin embargo, para Juanjo las cosas no volverían a ser las mismas.
Para empezar, había perdido la prueba y tuvo que trabajar como ayudante del jefe del campamento.

Cambio su actitud, y se mostró más receptivo con su entorno.
El sutil cambio en el carácter de Juanjo fue percibido por algunos compañeros muy observadores, que lo tomaron como una señal positiva.
Y el campamento llegó a su final.
Pero antes ocurrió algo inesperado.
El líder les informó -El ómnibus que nos debía llevar de vuelta al colegio tuvo un serio desperfecto al comenzar el viaje. Pinchó dos de sus ruedas en medio de la ruta y metros adelante le  falló el motor.(Mateo)
-¡Qué raro! -comentó la maestra- (Brisa) El coche era nuevo -agregó.
Las maestras llamaron a todas las empresas que conocían: nadie podía garantizar la llegada de un coche antes de las diez de la noche.
-Imposible -señalaba una maestra-. Tenemos que dejar el campamento dentro de una hora. Está por llegar otro colegio. ¡Qué lío! ¿Cómo hacemos para arreglar esto? No alcanzan las camas para todos, y no vamos a dormir afuera, los padres nos matan... (Brisa)
-¿Y si nos vamos en el coche que trae al otro colegio?-propuso Juanjo. (Rodrigo)
-Sí, yo también lo pensé- intervino el líder (Mateo)-. Pero llame hace cinco minutos al profe de Educación Física y me dijo que el ómnibus que los trae tiene que seguir viaje hacia otro campamento para levantar a un grupo de preescolares.
-Che, qué mala suerte -reconoció Juanjo. (Rodrigo)
Los chicos miraban más divertidos que alarmados. Para ellos no era un problema tan grave eso de dormir a la intemperie.
Hasta que hallaron una salida.
-Tengo una idea -dijo una de las maestras. (Brisa) Voy a llamar a un señor que conozco que hace fletes y mudanzas. Vive en un pueblo cerca de acá, donde vive mi tío. Estoy segura que tiene un vehículo adecuado para transportarnos.
Entonces la maestra hizo la llamada.
El resto de los acampantes esperaron sentados sobre sus bolsos.
Unas horas después, vieron llegar el viejo autobús que los devolvería a la ciudad.
-Esa cosa nos va a llevar- dijo uno de los niños- (Compañeros). Parece que se va a destartalar- añadió.
Todos comenzaron a reir.
Sin más, cargaron sus cosas y partieron atravesando los sinuosos caminos de balastro que surcaban las cumbres.
Juanjo se sentó en los primeros lugares, y se puso a pensar en todo lo sucedido.
En cierto momento el líder se le acercó y se sentó a su lado.
-Bueno, qué suerte que volvemos todos bien, ¿no? -señaló. (Mateo)
-Sí -contestó Juanjo-. Luego de un momento preguntó -¿Cómo sabías de la tribu de la sierra? (Rodrigo)
-Ah, eso. Es solo una historia. Me la contaron acá, en este mismo campamento. No me digas que ahora te la vas a creer (Mateo) -bromeó el líder, sorprendido por el interés de Juanjo.
-No, lo que pasa es que me pareció divertido seguir con la tradición -mintió Juanjo. (Rodrigo)
-Son cuentos, leyendas que se van repitiendo, yo qué sé. Se supone que hacen más divertido el campamento. Nada más (Mateo) -dijo y se dirigió al fondo del ómnibus cantando una canción.
-Entonces, este en realidad no sabe nada -se dijo Juanjo-. No tiene idea de lo que yo vi. Cree que es solo una historia. Una creencia que pasa de boca en boca. ¿O me estará engañando? (Rodrigo) -añadió-.
Trató de distraerse un poco, de divertirse en definitiva. Se puso a entonar una canción pasada de moda, y sus compañeros lo siguieron batiendo palmas. Solo él sabía la letra.
Todo iba bien hasta que algo ocurrió.
Juanjo, distraídamente, miró hacia el chofer.
Un sujeto delgado y de barba blanca. Llevaba una musculosa rotosa, llena de manchas azuladas. Y en cierto momento comenzó a rascarse el brazo a la altura del hombro. Y cuando lo hizo, Juanjo vio que el conductor tenía allí la misma marca que le había hecho el líder.
Exactamente la misma. Como una enredadera negra que trepaba por el brazo.
-Tiene el símbolo del terror nocturno... -dijo Juanjo en voz baja.(Rodrigo)
Su corazón palpitó a toda velocidad. Sobre todo cuando, en una curva, el chofer se lo quedó mirando unos instantes. Y con una risita cómplice, le hizo una guiñada.


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